Las máquinas en las que muchos se machacan no son algo tan nuevo. Las inventó en el siglo XIX el médico sueco Gustav Zander, pionero de la medicina del bienestar, hoy en boga.
Uno de cada cuatro españoles ha estado apuntado alguna vez a un gimnasio y casi un 10 % acude a entrenarse a sus instalaciones de manera habitual, según el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS). Dada la proliferación de centros –en España funcionan alrededor de 12.000–, parece que el interés por mantenerse en forma sea un fenómeno de las últimas décadas, pero no es así. Las máquinas que inundan los gimnasios se inspiran en las que empezaron a utilizarse en la época victoriana, a finales del siglo XIX.
Según cuenta el periodista sanitario Francisco Cañizares en la revista Saludable n.º 6 de Muy Interesante, la difusión de estos artilugios se atribuye en gran medida al médico y ortopedista sueco Gustav Zander, que inventó muchos de ellos, y ha pasado a la historia como uno de los padres de la fisioterapia. De hecho, algunas de las técnicas que utilizan sus profesionales para la rehabilitación de lesiones se basan en los diseños realizados por el inventor. Comenzó a trabajar en Estocolmo en la década de 1860, donde estableció el Instituto Terapéutico Zander, un centro pionero que equipó con veintisiete de sus ingenios, al que seguiría un segundo en Londres.
En 1876 sus aparatos de gimnasia fueron premiados con una medalla de oro en la Exposición del Centenario, en Filadelfia, lo que le convenció para fabricarlas en serie. El premio catapultó a la fama su instituto: en 1906 ya había establecido sedes del mismo en 146 países. Las imágenes que se conservan reflejan un gran parecido con los aparatos que siguen utilizándose hoy. Se basaban en los mismos principios que los actuales. Zander recurrió en su diseño a un sistema de resortes y poleas para guiar el peso, que permitía al usuario graduarlo según sus capacidades.
El sistema nació de una necesidad personal de su inventor. Tenía una constitución física débil y desde muy joven practicó ejercicio, pero su obsesión era buscar un procedimiento eficaz que ayudara a fortalecer los músculos. Cuando pudo desarrollarlo, lo orientó a los ancianos y a las mujeres, que hasta entonces era impensable que practicaran actividad física alguna. Sus innovadoras máquinas contribuyeron a sentar las bases de lo que un siglo más tarde se conocería como medicina del bienestar, concluye Cañizares.
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