Años después de tu nacimiento, el cuerpo de tu madre sigue albergando células tuyas, que han colonizado algunos de sus órganos e influido en su salud. La ciencia está desvelando las claves de este fenómeno llamado microquimerismo fetal.
Todos y cada uno de nosotros estamos formados por células; de media, unos 37 billones. Esas pequeñas factorías de vida que nos constituyen se enfrentan a sus quehaceres diarios siguiendo un manual de instrucciones personalizado que lleva por título El ADN y del que todas las células del individuo albergan la misma versión. O eso se creía hasta que, a principios de los años 70, los científicos encontraron una excepción que tenía un origen natural: se habían detectado células masculinas en la sangre de mujeres embarazadas, informa Laura Mojardín en el artículo Los otros que llevas dentro que publicamos en la revista Muy Interesante n.º 420 del mes de mayo. Este hallazgo indicaba que algunas células del feto habían sido capaces de atravesar la placenta y acceder al sistema circulatorio de la madre.
La mayoría de los investigadores no consideraron entonces que esta pequeña transferencia pudiera tener una repercusión biológica significativa. Sin un soporte adecuado, lo más probable era que esas intrusas degenerasen y acabasen por desaparecer en un periodo relativamente corto de tiempo.
Por otra parte, la tecnología de aquellos años no permitía un análisis en profundidad de las características de esas extranjeras. La sorpresa llegó a finales de los 90, cuando se descubrió que en la sangre, los pulmones, el hígado, el cerebro y otros órganos de mujeres que habían estado embarazadas incluso hacía décadas se encontraban células de sus hijos. En todos los estudios publicados hasta la fecha, la identificación de esas células fetales se ha llevado a cabo mediante la detección del cromosoma Y exclusivo de varones. Esto es debido a la facilidad con la que se pueden distinguir células masculinas en una mujer.
El procedimiento más común para lograrlo consiste en amplificar una región específica situada en el cromosoma Y mediante la reacción en cadena de la polimerasa (PCR, por sus siglas en inglés), una técnica extremadamente sensible que permite identificar una célula masculina entre un millón de las femeninas. Otro método complementario utiliza la llamada hibridación fluorescente in situ (FISH) para visualizar las células que contienen el cromosoma Y. El empleo de ambas estratagemas ha permitido demostrar que la adquisición de células fetales es un suceso común durante el embarazo, ya que, aunque los estudios se hayan centrado por cuestiones metodológicas en células procedentes de fetos varones, es presumible que las células fetales femeninas se comporten de la misma manera, señala Mojardín en el artículo.
La persistencia de estas visitantes en el cuerpo de la madre podría deberse, según un estudio publicado en la prestigiosa revista The Lancet por el experto en medicina fetal Nicholas M. Fisk, a su capacidad para establecerse en la médula ósea, tejido que actuaría como un reservorio desde el que estas células podrían migrar a la sangre y dispersarse por los distintos órganos. En concreto, se estima que millones de células provenientes del feto podrían estar formando parte del cuerpo de sus madres. Este obsequio tan inesperado se conoce con el nombre de microquimerismo fetal en alusión a Quimera, una criatura de la mitología griega que vomitaba llamas, tenía cabeza de león, vientre de cabra y cola de dragón.
Este asombroso hallazgo amplía de manera sustancial nuestra visión convencional del vínculo materno-filial. La relación entre las madres y sus vástagos sobrepasaría el ámbito emocional para llegar, en cierto modo, a una conexión física. Nuestros hijos no solo forman parte de nuestra vida, sino también de nuestro organismo, incluso desde fases muy tempranas del embarazo.
Tan pronto como a las cinco semanas de gestación ya se detectan células fetales en la sangre periférica materna. Esta migración tan precoz, unida a la capacidad de permanencia de estas células en el cuerpo de la progenitora, tiene una implicación importante para las mujeres que han sufrido un aborto, una situación muy frecuente que ocurre en el 50 % y el 70 % de todas las concepciones y en el 15 % y el 20 % de los embarazos clínicamente probados, según datos de la Asociación Estadounidense del Embarazo.
A pesar de la gran pérdida que supone un aborto, los descendientes malogrados habrían encontrado la forma de vivir para siempre en sus madres como células que pasan a formar parte de ellas. Según el profesor Ralph P. Miech, de la Facultad de Medicina Alpert, en la Universidad Brown (EE. UU.), es precisamente durante un aborto cuando se produce una mayor transferencia de células fetales hacia la progenitora, quizá en un último intento de aferrarse a la vida.
Puedes seguir leyendo el reportaje en la revista Muy Interesante del mes de mayo. |
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