Tales de Mileto marcó el
inicio del pensamiento científico al explicar el porqué de las cosas sin
recurrir a la inspiración divina, pero todo empezó mucho antes que él y
siguió evolucionando después gracias a los sabios que le sucedieron.
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"Somos humanos gracias a la
tecnología. La humanización no es un problema filosófico, ni teórico, sino de
tecnología pura y dura. Nos diferenciamos de los animales básicamente por la
tecnología”. De las palabras del arqueólogo Eudald Carbonell podemos deducir
que la tecnología está en el origen de la humanidad.
Todo empezó hace... unos 2,5
millones de años, cuenta Ramón Núñez Centella en el artículo La ciencia ve la luz que publica en el Especial La ciencia en la Antigüedad de la revista Muy Interesante. Un cambio climático provocó en África una sequía tal que se
hizo imposible para nuestros antecesores seguir alimentándose de frutos y
vegetales. Entonces tuvieron lugar, más o menos simultáneamente, un conjunto
de cambios: aquellos homínidos se hicieron carroñeros y luego carnívoros –un
modo de alimentación más eficaz–, se redujo el tamaño de su intestino y aumentó
el de su cerebro, se hicieron más inteligentes, inventaron la caza y
fabricaron toscas herramientas para matar y trocear sus presas. Y así, por
ese hecho diferencial de poder crear herramientas con otras herramientas,
apareció el Homo habilis.
Desde
entonces, según Carbonell, la tecnología es la forma principal de adaptación
creada por el ser humano, de modo que es la técnica lo que convirtió a los
primates en humanos; y cuanto más humanos eran, desarrollaban más técnica, en
un bucle de retroalimentación social imparable.
La invención tecnológica
continuó, durante cientos de miles de años, vinculada a la obtención y
preparación de alimentos, como respuesta a las necesidades. A las
herramientas de corte siguieron el fuego, el vestido y las primeras
soluciones de transporte sobre el agua, quizá sencillas canoas elaboradas con
troncos. El refinamiento de la técnica en la talla de piedra fue la base del
Neolítico, cuando se establecieron los primeros asentamientos humanos,
vinculados al nacimiento de la agricultura y la ganadería.
Las primeras comunidades agrícolas surgieron hace unos 12.000 años en
Mesopotamia, entre los ríos Tigris y Éufrates. Después, otras comunidades
agrícolas fueron estableciéndose por numerosas regiones del mundo, que se
iban dividiendo en tres amplias zonas, según los cereales dominantes: el
trigo en Europa, el maíz en América y el arroz en Asia; en el norte de África
se cultivaban el mijo y el sorgo. Se comenzaron a domesticar animales:
primero el perro, y después la cabra, el caballo, la oveja, el cerdo y la
vaca.
En concreto, sabemos que en
Mesopotamia cultivaban trigo, cebada (con la que hacían cerveza) y mijo, y
que también disponían de utensilios con púas para pescar, arcos y flechas
para cazar, agujas para confeccionar vestimentas, lámparas de aceite animal
para iluminar las estancias y objetos de cerámica para conservar y cocinar
alimentos. Luego, también en Oriente Próximo, aprendieron a elaborar los
metales, y fueron posibles nuevas herramientas más eficaces.
Las ruedas más antiguas
conocidas datan de hace unos 5.000 a 5.500 años, también en la antigua
Mesopotamia. Consistían en un disco macizo de madera fijado a un eje, y en un
principio se utilizaron como torno en alfarería. Luego, colocando dos en un
eje, se aplicaron a un medio de transporte, creando un vehículo que sustituía
a los trineos. Más tarde, las ruedas se hicieron más ligeras, eliminándose
partes del disco para reducir el peso, y comenzaron a construirse las ruedas
con radios. Aquel carro de dos ruedas supuso una auténtica revolución
tecnológica, al permitir agilizar el transporte y facilitar la distribución
de objetos y materiales. Entonces nació el comercio.
Los antiguos sumerios de Mesopotamia desarrollaron un complejo sistema de
medidas, útil para sus relaciones comerciales, y también las primeras
elaboraciones matemáticas, de cálculo. Se conservan tablillas de arcilla en
escritura cuneiforme desde el año 2600 a. C. donde aparecen tablas de
multiplicar, utilización de fracciones y problemas de álgebra, así como
ejercicios geométricos que demuestran el conocimiento de la relación
pitagórica, y también de la existente entre la longitud de la circunferencia
y el diámetro.
A ellos debemos también la semana de siete días, un número que se adaptaba bien a una fase lunar y que permitía dedicar una jornada a cada uno de los objetos celestes entonces conocidos: Sol, Luna, Marte, Mercurio, Júpiter, Venus y Saturno.
El antiguo Egipto protagonizó
la utilización de las máquinas simples, como el plano inclinado y la palanca,
sin las cuales no hubieran sido posibles durante 3.000 años sus grandes
construcciones, dos de las cuales se incluyen entre las siete maravillas del
mundo antiguo. El Faro de Alejandría, construido alrededor del año 300 a. C.
en la isla de Faros, es un testimonio del auge de la navegación, que
realizaban con barcos de remos y de vela. Las crecidas del Nilo, que los
sacerdotes podían predecir basándose en sus observaciones astronómicas,
obligaban todos los años a volver a marcar las fincas, y utilizaban para ello
una cuerda con doce nudos equidistantes creando un triángulo de lados 3, 4 y
5, con la seguridad de tener así un ángulo recto.
Todo
el conocimiento acumulado durante milenios en Mesopotamia y Egipto sería
heredado por la cultura griega, dejando como símbolo de aquella fusión del
saber la ciudad de Alejandría. Allí, el genio griego –más filosófico– y el
egipcio –más práctico y tecnológico– cristalizarían en hitos históricos como
la geometría de Euclides, el cálculo del diámetro terrestre por Eratóstenes,
los artilugios movidos por vapor de Herón y la astronomía de Ptolomeo.
También allí tenemos el testimonio de las primeras mujeres de la historia de
la ciencia, como la alquimista María la Judía y la matemática Hipatia, explica Núñez.
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