El aislamiento social involuntario y el aumento de enfermedades van de la mano. Vivamos o no en solitario, la salud mejora si sentimos que los demás nos quieren, respetan y acompañan.
El 5 de abril de
1976, la prensa informó de la muerte de Howard Hughes. Aviador, director de
cine e ingeniero autodidacta, este empresario multimillonario había
desaparecido de la vida pública. Pasó los últimos diez años de su existencia
como un ermitaño, desnudo y acosado por el miedo a los gérmenes. La ansiedad
que le asaltaba era tan grande que hacía que sus ayudantes se sometieran a
complejos ritos de lavado de manos. Los medios difundieron que, al morir, el
FBI tuvo que reconocerle por las huellas dactilares. Los que le conocían no
hubieran podido identificar aquel cuerpo barbudo y con largas uñas consumido
por años de desatención autoinfligida.
La relación entre aislamiento social y agravamiento de las
enfermedades forma parte del imaginario colectivo. Abundan los ejemplos de
famosos que han muerto de manera prematura por faltarles el cuidado de seres
queridos: Janis Joplin, Michael Jackson, Enrique Urquijo... La vulnerabilidad
física y psicológica que produce la separación involuntaria de los demás es
innegable. La escritora Concepción Arenal (1820-1893) la describió en una
sentencia: “Un hombre aislado se siente débil. Y lo es”.
El creciente individualismo ha
hecho aumentar el número de personas que sufre soledad tóxica, es decir, que se
siente abandonada emocionalmente. La compañía madrileña Análisis Sociológicos,
Económicos y Políticos (ASEP) ha presentado un informe que alerta de este
fenómeno. Según su análisis, más de la mitad de los españoles habría
experimentado esta circunstancia durante el último año. Es más, el 10%, en torno a
cuatro millones y medio de ciudadanos reconocen que, con frecuencia, se sienten
excluidos, desterrados o como un lobo solitario.
Los datos de este informe son muy relevantes, porque
diferencian la soledad tóxica –aislamiento social involuntario– de la soledad
beneficiosa –deseo de intimidad voluntario–. El estudio muestra que vivir solo
o acompañado –una variable utilizada a menudo como baremo de la falta de apoyo
social– no tiene nada que ver con la sensación subjetiva de incomunicación.
Alrededor del 60 %
de las personas que viven sin compañía lo hace por voluntad propia.
La investigación apunta que cohabitar con otras no nos libra
de la impresión: el 52,6 % de los españoles que comparte techo siente ese aislamiento
involuntario en algún momento. El poeta Ramón de Campoamor (1817-1901) decía
que “no hay soledad más espantosa que la de dos en compañía”. También ocurre lo
contrario: vivir solo no significa enclaustrarse y romper con el entorno. Menos
aún en un mundo en que las nuevas tecnologías han acercado unas casas a otras, señala el psicoterapeuta Luis Miño en el artículo Soledad tóxica que publica en la revista SALUD n.º 5 de Muy Interesante.
Hoy pueden objetivarse las consecuencias para la salud de un
destierro emocional. Varios estudios han encontrado correlación entre este
factor y el riesgo de enfermedades cardiovasculares. Una investigación de la
Escuela Médica de Harvard, en Boston, desveló hace una década que los hombres
con pocas relaciones sociales tienen más riesgo de padecer problemas cardiacos.
Por las mismas fechas, investigadores de la Universidad de Wisconsin, en EE.
UU., y del King’s College de Londres llegaron a la misma conclusión tras
estudiar la evolución de chicos solitarios. Los versos de Antonio Machado
(1875-1939) parecen que tienen base fisiológica: “Poned atención: un corazón
solitario no es un corazón”.
Desde esos estudios pioneros hemos avanzado hasta
investigaciones que hilan más fino y descubren que el impacto biológico de la
incomunicación acaba entrando incluso en los procesos más básicos del
organismo. Un trabajo reciente ofrecía una explicación de cómo afecta la
soledad a la respuesta inmune. La investigación, publicada en la revista Genome
Biology, ofrecía datos concordantes con la hipótesis de que los individuos sin
apoyo social sufren un aumento de señales inflamatorias en el organismo que los
hace mucho más vulnerables a enfermedades cardiovasculares, a infecciones y a
otros problemas potencialmente graves como el cáncer.
Luis Muiño también nos ofrece en su reportaje un test psicológico con el que podemos valorar nuestro grado de apoyo social:
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