Diversos factores neuropsicológicos y culturales (más presentes en unas personas que en otras) nos llevan a pasarlas canutas voluntariamente, impulso que alimenta a toda una industria del entretenimiento.
El pintor belga René Magritte (1898-1967) dijo esto: “Uno no
puede hablar acerca del misterio, debe ser cautivado por él”. A lo largo de la
historia de la humanidad, millones de personas han sucumbido a un placer paradójico:
acercarse a lo desconocido y disfrutar con el temor que les produce. Aunque el
objetivo último de la sensación de pánico es el desasosiego, muchas personas
son capaces de deleitarse con el miedo si lo experimentan en una situación
controlada.
Ya en el siglo VIII a. C. encontramos un temprano ejemplo
del gusto por lo siniestro. Homero relata lo siguiente en la Odisea: “Andaban
en grupos aquí y allá, a uno y a otro lado de la fosa, con un clamor
sobrenatural, y a mí me atenazó el pálido terror”. Luego aparecen los
siguientes ingredientes: cabezas que hablan cuando se acercan a la sangre,
muertos vivientes que quieren acabar su tormento, el espanto ante la Gorgona…
El relato de las andanzas de Ulises fue trasmitido por tradición oral: si el
texto se conserva, es porque muchos encontraron placer en recitarlo.
Desde entonces, miles de obras literarias, pictóricas y, en
los tiempos modernos, cinematográficas han explorado ese paradójico disfrute. A
partir del auge de la literatura gótica a finales del siglo XVIII, el terror se
convirtió en género. Un hecho demuestra su vigencia: en todas las épocas
posteriores podemos encontrar alguna narración espeluznante convertida en
fenómeno de masas. Desde los clásicos Drácula o Frankenstein hay un continuo
que culmina, de momento, en el auge de las actuales series de terror –The
Walking Dead, American Horror Story, Penny Dreadful…– y taquillazos como Paranormal
Activity 4, que recaudó más de cien millones de dólares en su estreno a pesar
de que se creía una fórmula agotada.
La pintura, los parques de atracciones, la música y el cómic
también nos han invitado en los últimos años a seguir pasándolas canutas
sabiendo que muchos responderían a la llamada. ¿Por qué? Como ocurre con todo fenómeno
psicológico masivo, confluyen distintas causas, señala el psicoterapeuta y divulgador Luis Muiño en el reportaje Por qué nos gusta sentir miedo que firma en la revista Muy Interesante n.º 418 del mes de marzo.
Paranormal
Activity 4
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Uno de los factores más citados tiene que ver con la
hiperactivación física. A menudo se explica afirmando que quienes disfrutan de
tales sensaciones solo experimentan una descarga de adrenalina, no miedo de
verdad. Nuestro mecanismo cerebral de alarma se sitúa principalmente en la
amígdala, un centro del sistema límbico, el encargado de reaccionar ante las
emociones.
Experimentos como los realizados por Daniel Schacter,
profesor de Psicología de Harvard, en EE. UU., demuestran que los pacientes con
daños en esa área recuerdan la asociación entre ciertos acontecimientos y un
estímulo negativo, pero no perciben ningún efecto emocional. Cuando se activa,
genera reacciones fisiológicas como el aumento de la tensión arterial y del
metabolismo celular. También conlleva una liberación de catecolaminas, grupo de
neurotransmisores donde se hallan la adrenalina y la dopamina y que es responsable de la sensación de euforia que experimentamos tras pasar
un mal rato.
En la misma línea, el investigador Jeffrey Goldstein,
profesor de Psicología Social de la Universidad de Utrecht, en Holanda,
sostiene que el género de terror proporcionaría un entretenimiento violento
aceptado socialmente. Se trata, en definitiva, de activar las hormonas extremas
–testosterona, adrenalina, cortisol…–, y una forma de conseguirlo es sentir
escalofríos y angustia en una situación controlada.
Los partidarios de esta teoría nos recuerdan que las
historias de canguelo han permitido, desde tiempos remotos, liberar
sentimientos políticamente incorrectos incrustados en nuestro hardware
biológico. Un ejemplo es la venganza: la historia de la víctima que vuelve de
entre los muertos para ajustar cuentas se ha convertido en un tópico.
Disfrutamos con la adrenalina que genera ver al fantasma justiciero en un
ámbito en el que están permitidas ese tipo de bajas pasiones, señala Muiño en el artículo que puedes continuar leyendo en la revista Muy Interesante de marzo.
Además, Muiño te ofrece un test con el que podrás medir tu nivel de placer ante historias espeluznantes. Piensa en tu conducta y sentimientos ante esas experiencias en los últimos meses –cambiamos con la edad– y marca 1 cuando la frase no se te pueda aplicar en absoluto en ese periodo de tiempo; 2, si te sientes identificado con ella en ocasiones contadas; 3, cuando se te pueda adjudicar bastantes veces; y 4, si has sentido eso siempre:
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