jueves, 25 de febrero de 2016

Así daña a la salud la soledad tóxica


El aislamiento social involuntario y el aumento de enfermedades van de la mano. Vivamos o no en solitario, la salud mejora si sentimos que los demás nos quieren, respetan y acompañan.
 

El 5 de abril de 1976, la prensa informó de la muerte de Howard Hughes. Aviador, director de cine e ingeniero autodidacta, este empresario multimillonario había desaparecido de la vida pública. Pasó los últimos diez años de su existencia como un ermitaño, desnudo y acosado por el miedo a los gérmenes. La ansiedad que le asaltaba era tan grande que hacía que sus ayudantes se sometieran a complejos ritos de lavado de manos. Los medios difundieron que, al morir, el FBI tuvo que reconocerle por las huellas dactilares. Los que le conocían no hubieran podido identificar aquel cuerpo barbudo y con largas uñas consumido por años de desatención autoinfligida. 

La relación entre aislamiento social y agravamiento de las enfermedades forma parte del imaginario colectivo. Abundan los ejemplos de famosos que han muerto de manera prematura por faltarles el cuidado de seres queridos: Janis Joplin, Michael Jackson, Enrique Urquijo... La vulnerabilidad física y psicológica que produce la separación involuntaria de los demás es innegable. La escritora Concepción Arenal (1820-1893) la describió en una sentencia: “Un hombre aislado se siente débil. Y lo es”.

El creciente individualismo ha hecho aumentar el número de personas que sufre soledad tóxica, es decir, que se siente abandonada emocionalmente. La compañía madrileña Análisis Sociológicos, Económicos y Políticos (ASEP) ha presentado un informe que alerta de este fenómeno. Según su análisis, más de la mitad de los españoles habría experimentado esta circunstancia durante el último año. Es más, el 10%, en torno a cuatro millones y medio de ciudadanos reconocen que, con frecuencia, se sienten excluidos, desterrados o como un lobo solitario. 

Los datos de este informe son muy relevantes, porque diferencian la soledad tóxica –aislamiento social involuntario– de la soledad beneficiosa –deseo de intimidad voluntario–. El estudio muestra que vivir solo o acompañado –una variable utilizada a menudo como baremo de la falta de apoyo social– no tiene nada que ver con la sensación subjetiva de incomunicación. Alrededor del 60% de las personas que viven sin compañía lo hace por voluntad propia.

La investigación apunta que cohabitar con otras no nos libra de la impresión: el 52,6% de los españoles que comparte techo siente ese aislamiento involuntario en algún momento. El poeta Ramón de Campoamor (1817-1901) decía que “no hay soledad más espantosa que la de dos en compañía”. También ocurre lo contrario: vivir solo no significa enclaustrarse y romper con el entorno. Menos aún en un mundo en que las nuevas tecnologías han acercado unas casas a otras, señala el psicoterapeuta Luis Miño en el artículo Soledad tóxica que publica en la revista SALUD n.º 5 de Muy Interesante.

Hoy pueden objetivarse las consecuencias para la salud de un destierro emocional. Varios estudios han encontrado correlación entre este factor y el riesgo de enfermedades cardiovasculares. Una investigación de la Escuela Médica de Harvard, en Boston, desveló hace una década que los hombres con pocas relaciones sociales tienen más riesgo de padecer problemas cardiacos. Por las mismas fechas, investigadores de la Universidad de Wisconsin, en EE. UU., y del King’s College de Londres llegaron a la misma conclusión tras estudiar la evolución de chicos solitarios. Los versos de Antonio Machado (1875-1939) parecen que tienen base fisiológica: “Poned atención: un corazón solitario no es un corazón”.

Desde esos estudios pioneros hemos avanzado hasta investigaciones que hilan más fino y descubren que el impacto biológico de la incomunicación acaba entrando incluso en los procesos más básicos del organismo. Un trabajo reciente ofrecía una explicación de cómo afecta la soledad a la respuesta inmune. La investigación, publicada en la revista Genome Biology, ofrecía datos concordantes con la hipótesis de que los individuos sin apoyo social sufren un aumento de señales inflamatorias en el organismo que los hace mucho más vulnerables a enfermedades cardiovasculares, a infecciones y a otros problemas potencialmente graves como el cáncer.

Luis Muiño también nos ofrece en su reportaje un test psicológico con el que podemos valorar nuestro grado de apoyo social:








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