domingo, 7 de febrero de 2016

John M. Kovac: "El universo inicial no era más grande que un protón”




El astrónomo John M. Kovac investiga la radiación cósmica de fondo de microondas, el eco del big bang que podría darnos las claves de lo que sucedió en la primera infancia del cosmos y aclararnos su posterior desarrollo.

Las ecuaciones con las que Albert Einstein intentó explicar el espacio-tiempo han rebasado el siglo de vida, pero continúan marcando el trabajo de los astrofísicos de hoy. Uno de ellos es John M. Kovac, profesor de Astronomía y Física en Harvard. Este estadounidense de 45 años pasó por Madrid para participar en “La ciencia del cosmos. La ciencia en el cosmos”, un ciclo de conferencias organizado por la Fundación BBVA, y MUY aprovechó la ocasión para hablar con él.
Kovac centra sus observaciones en la radiación cósmica de fondo de microondas, que se emitió unos 300.000 años después del big bang y que podría contener las pistas definitivas acerca de la naturaleza del universo primitivo, su estructura y las leyes físicas que lo han llevado a su actual expansión. Kovac define esta radiación electromagnética como “una luz fósil, la más temprana del universo”. Aquella surgió cuando el cosmos se encontraba “en un estado denso y caliente, y su expansión comenzaba a enfriarlo”.

Fue entonces cuando la luz empezó a viajar libremente, lo que hoy nos permite mirar muy atrás en el tiempo. Este rastro del universo joven y caliente, que nació de la gran explosión, fue descubierto accidentalmente en 1965 por Arno Penzias y Robert Wilson, en la forma de una débil señal sonora que podría contener la huella de un fenómeno surgido después del estallido que lo generó todo: las ondas gravitacionales. Encontrarlas es la causa de los desvelos y afanes de Kovac. 

Estas ondas son muy importantes para la astrofísica, ya que su detección confirmaría la teoría de la inflación: según esta, el universo atravesó un periodo de expansión ultrarrápida justo después del big bang. Esa inflación habría creado ondas en el campo gravitatorio del cosmos primitivo, y estas se habrían conservado en la radiación cósmica de fondo de microondas.
Su hallazgo apuntalaría ese modelo y una de las premisas de la teoría de la relatividad general de Einstein: los cuerpos masivos acelerados –por ejemplo, los agujeros negros o los púlsares, estrellas de neutrones que giran sobre sí mismas a enorme velocidad– producen distorsiones en el tejido del espacio-tiempo que se transmiten como ondas. Es decir, ondas gravitacionales.

Kovac es el responsable de uno de los proyectos que las buscan. En las dos últimas décadas, ha participado en el desarrollo y los trabajos de telescopios que las rastrean desde el Polo Sur. Por ejemplo, el BICEP2. En marzo de 2014, su equipo anunció que había detectado señales de ondas gravitacionales. Pero pocos meses después, los datos obtenidos por el telescopio espacial europeo Planck fueron un jarro de agua helada para Kovac y su gente. El dispositivo de la Agencia Espacial Europea halló indicios de que esas anheladas señales se debían a algo bien conocido: la radiación emitida por el polvo de nuestra galaxia, la Vía Láctea.

Fue un golpe duro. Pero Kovac lo admite con una inusual sangre fría y no se ha desanimado. Está convencido de que su equipo acabará teniendo éxito. Con un hablar pausado, este científico nacido en Princeton (Nueva Jersey) nos explica algunos de los misterios a los que se enfrenta la astrofísica. Por ejemplo, las razones de que el universo parezca un homogéneo pastel sin fisuras, salido del horno sin una sola grieta, con prácticamente el mismo aspecto en todas direcciones. “Nos deja perplejos lo regular que era el cosmos recién nacido. Y de acuerdo con el modelo estándar de la cosmología, las partes de ese universo no estaban en contacto unas con otras. No lograron intercambiar luz o información, pero tenían idéntica temperatura”, confiesa Kovac en la entrevista que ha elaborado Luis Miguel Ariza para la revista Muy Interesante N.º 417 del mes de febrero. 





No hay comentarios:

Publicar un comentario