Es uno de los accidentes más comunes y temidos por los usuarios de un smartphone. El teléfono se nos cae al fondo de la piscina, al mar o, simplemente, se empapa al derramársele encima esa maldito vaso cercano.
Aunque parezca que todo está perdido, hay una pequeña esperanza, sobre todo si se reacciona con rapidez. Lo primero que hay que hacer, si el teléfono lo permite, es extraer la batería, la tarjeta SIM y cualquier tarjeta de memoria. Si la batería es interna y el teléfono todavía funciona, es necesario apagarlo.
Si ha caído en agua salada, además, conviene sumergir rápidamente el terminal en agua destilada durante dos o tres segundos para eliminar la sal, que puede corroer los circuitos internos.
Una vez se han extraído todos los elementos que pueden separarse del cuerpo principal del dispositivo, es buena idea eliminar el líquido elemento con una aspiradora –separada unos centímetros de la superficie del móvil– o aplicar sobre la carcasa el aire frío de un secador durante unos pocos segundos.
Cuando no quede agua en el interior, se sumerge el aparato en un cuenco con arroz o cualquier otro material secante –las bolsitas de gel de sílice que vienen con los dispositivos electrónicos resultan ideales para este uso, no las tires–. El dispositivo debe permanecer así durante 24 o 36 horas antes de volverlo a encender.
Te lo cuenta Ángel Jiménez de Luis en la sección Tecnología de la revista Extra P&R Nº. 35 de Muy Interesante.
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