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Durante los siglos XVI y XVII, miles de mujeres fueron perseguidas en Europa y América acusadas de practicar la brujería. De ellas se decía que pactaban con el diablo, provocaban enfermedades y destrozaban cosechas mediante conjuros y pócimas. La llegada de la Ilustración y el predominio de la razón que caracterizó a este movimiento fue relegando al olvido aquellas prácticas. No obstante, aún persisten en ciertos lugares del planeta. Es lo que ocurre, por ejemplo, en algunas zonas de Papúa Nueva Guinea, donde este acoso se ha convertido en un problema de Estado.
Hasta tal punto es así que en 2012, tras conocerse que por esta causa seis mujeres y un hombre habían sido atados, desnudados, torturados con hierros ardientes en sus genitales y, posteriormente, quemados vivos, Amnistía Internacional solicitó al Gobierno del país que tomara cartas en el asunto. Se calcula que solo en 2014 más de doscientas supuestas brujas fueron asesinadas en la provincia de Simbu. Algunos investigadores creen que esto se debe al auge de ciertas enfermedades y, sobre todo, al mantenimiento de una población eminentemente rural y anclada en sus tradiciones y creencias supersticiosas.
Para otros, estas muertes esconden conductas misóginas, despechos, envidias, celos… Sea como fuere, lo cierto es que ni siquiera la derogación en 2013 de la llamada ley de brujería, por la que se permitía ejecutar a las personas acusadas de practicarla, ha conseguido atajar un fenómeno que va en aumento y amenaza incluso con ralentizar la economía del país oceánico. Oscurantismo en pleno siglo XXI. El de Papúa Nueva Guinea no es un caso único. El arzobispo de Kasama, en Zambia, Ignatius Chama, ha llegado a reconocer que “la cacería de brujas es todavía un problema grave en la mayoría de las comunidades de esta zona de África”. También en ellas las acusaciones se originan en poblados que han sufrido el azote de enfermedades o persistentes malas cosechas. Y, del mismo modo, las mujeres detenidas son torturadas con hierros candentes para obligarlas a confesar. Muchas son apedreadas y asesinadas por sus propios vecinos, a la par que sus posesiones son confiscadas. De momento, en Zambia algunas autoridades religiosas han movilizado a sus seguidores para protegerlas de la superstición imperante, ante la desidia de unas autoridades que, muchas veces, también temen el contacto con las brujas. Te lo cuenta Janire Rámila en el Extra de Preguntas y Respuestas Nº. 35 de Muy Interesante.
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