Nuestro pasado remoto permanece, en buena parte, oculto. No obstante, en los últimos años han aparecido en distintas partes del mundo restos que sorprenden por su genio y antigüedad, y no queda otro remedio que replantearse la cronología oficial.
Quien crea que la arqueología
es cosa del pasado, que poco o nada apasionante queda por descubrir bajo el
suelo que pisamos, se equivoca de cabo a rabo. Yerran los que piensan que las
grandes excavaciones concluyeron cuando Howard Carter encontró la tumba de
Tutankamón, o Arthur Evans sacó a la luz los palacios minoicos de Creta. O
cuando en unas obras de abastecimiento de agua cerca de Xi’an (China)
aparecieron los primeros guerreros de terracota enterrados con el emperador
Qin Shi Huang.
Los Indiana Jones del siglo
XXI están convencidos de que existen incontables yacimientos por descubrir,
y, como explica José Ángel Martos en el dossier 20 grandes misterios de la arqueología que publica en la revista Muy Interesante n.º 419 del mes de abril, para dar con estos filones arqueológicos cuentan con tecnologías
de vanguardia, como la teledetección, las fotografías de satélite, la
fotogrametría, las termocámaras, los escáneres 3D, las pruebas de ADN y los
modernos y precisos métodos de datación. Y algunos hallazgos que están ahí,
caso de Superhenge, Nan Madol y Göbekli Tepe, esconden emocionantes enigmas
por resolver. Más apasionante si cabe es la posibilidad de dar con la tumba de Nefertiti.
Los Indiana Jones actuales no
están faltos de trabajo, dice José Ángel Martos en el dossier. Las grandes excavaciones parecen cosa del pasado, de
cuando Howard Carter encontró la tumba de Tutankamón, Arthur Evans sacó a la
luz los palacios minoicos de Creta, o Jean-François Champollion descifró la
piedra de Rosetta. Pero aunque la arqueología actual resulte más técnica,
sistemática y, quizá, menos emocionante, en realidad no le faltan ninguno de
esos aspectos que le confieren épica y atractivo: como se explica en este
reportaje, hay todavía lenguas por descodificar, muchos monumentos por
desenterrar y bellas alhajas por descubrir.
Ahí tenemos el caso de la
lengua de la desaparecida cultura del valle del Indo, cuyos signos se
resisten a los científicos a pesar de estar inscritos en multitud de sellos.
En su producción fueron expertos los ocupantes de la cuenca del gran río, que
se extendieron por el norte de la India, Pakistán e incluso Afganistán. Los
sellos del Indo esperan al nuevo Champollion que halle la clave con la cual
interpretarlos. Lo mismo sucede con las lenguas ibera y etrusca, ambas mucho
más próximas a nuestra cultura pero igualmente muy lejos de ser descifradas.
Los palacios perdidos también
pueden aguardar más cerca de lo que podríamos pensar: los descubrimientos del
yacimiento de La Almoloya, en Murcia, están demostrando que fue habitado por
personajes de alcurnia, posiblemente reyes o príncipes de la aún poco
conocida y sorprendente civilización del Argar.
Y la posible presencia de una
tumba mayor que la de Tutankamón en una cámara anexa a la misma, que parece
deducirse de las muy recientes investigaciones con radar del egiptólogo
Nicholas Reeves y su equipo, significa una promesa de nuevos tesoros en el fértil
Egipto faraónico. Tal vez una vez más estos solo esperan la apertura de unas
puertas hasta hace poco inadvertidas a los ojos de los investigadores. Eso
sí, hoy por hoy es más habitual la ayuda de los ultrasonidos, el radar u
otros avances técnicos.
“Nunca se habían excavado ni
aparentemente documentado tantos y tan variados registros arqueológicos como
en la primera década del siglo XXI”, ha escrito la arqueóloga Sonia Gutiérrez
Lloret, al referirse específicamente al caso español. Sin embargo, matizaba a
continuación que “el volumen de información histórica no parece haber
experimentado un crecimiento exponencial comparable al volumen de
intervenciones”.
En el ámbito internacional
también ocurre: “La parte más excitante de lo que hago es entender la escala
de lo que todavía no sabemos. Hay incontables yacimientos arqueológicos por
descubrir”, ha afirmado la joven investigadora estadounidense Sarah Parcak,
que se ha hecho famosa al obtener la beca TED 2016, dotada con nada menos que
un millón de dólares, por la que competía con profesionales de cualquier
disciplina científica. La aportación de Parcak consiste en buscar estos
nuevos filones arqueológicos, pero no excavando, sino mediante imágenes
tomadas por satélites. “Una de las mejores maneras de encontrar yacimientos
está en utilizar tecnología digital”, indica.
El futuro de la arqueología,
con tantos misterios por resolver y profesionales con nuevas ideas, parece
asegurado.
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miércoles, 23 de marzo de 2016
20 grandes misterios de la arqueología
Etiquetas:
ADN,
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