No por casualidad insisten en ello los médicos. Salir de casa y disfrutar de la luz natural y del sol no solo aporta placer y vitalidad. También previene numerosas dolencias y facilita la recuperación de otras.
A todos, desde la infancia, nos han enseñado que estar al
aire libre es bueno para la salud. Nos hemos criado oyendo que a los niños
les tiene que dar el aire, que las personas mayores deben salir a la calle,
que hay que ventilar diariamente las habitaciones o que el contacto con la
naturaleza es fuente de energía y vitalidad. Interiorizamos expresiones como un
soplo de aire fresco en contraposición a un ambiente enrarecido, y hasta
vimos cómo Heidi enfermaba al
abandonar la montaña y recobraba la salud al marcharse de la ciudad. Sí,
todos tenemos la convicción de que vivir en contacto con zonas verdes y
realizar actividades fuera de las cuatro paredes de casa es bueno para la
salud, pero ¿es así o se trata solo de una creencia arraigada generación tras
generación?, se pregunta María Corisco en el reportaje ¡Tírate en la hierba! de la revista SALUD n.º 5 de Muy Interesante.
“Ya en el siglo IV a. C.
Hipócrates escribió en el Tratado sobre los aires, las aguas y los lugares
que las características ambientales jugaban un papel en la salud. Las mismas
preguntas que nos hacemos ahora se formularon siglos atrás”, explica
Margarita Triguero-Mas, del Centro de Investigación en Epidemiología Ambiental (CREAL), en Barcelona.
Pero
dejemos a Hipócrates y demos un salto hasta el siglo XIX, con la tuberculosis
causando estragos. “Entonces se empezó a demostrar que, en fases iniciales de
la enfermedad, aquellos pacientes que respiraban un aire con un contenido
rico en oxígeno podían mejorar”, indica Carmen Diego, coordinadora del área
de Enfermedades de Origen Medioambiental de la Sociedad Española de Neumología y Cirugía Torácica (SEPAR), en Barcelona. Surgieron los sanatorios
terapéuticos, a los que iban quienes podían permitírselos, y en ese medio
nació la idea de que los ambientes del campo y de la montaña eran de lo más
saludable. Esta asociación bucólica se propagó a la sociedad y ha llegado
hasta hoy.
Adonina Tardón, de la
Sociedad Española de Epidemiología (SEP) y profesora de Medicina Preventiva y
Salud Pública de la Universidad de Oviedo, también se remonta a esta época de
los centros antituberculosos para explicar que “la relación aire puro y salud
nos llega cuando se descubre que las bacterias de las enfermedades respiratorias
transmisibles mueren al exponerse al sol. El aire mataba los bichos, y este
argumento salió del campo de la medicina para cuajar en la sabiduría
popular”.
Muchas de las creencias
sustentadas en ella se han revelado como incorrectas. Pero no es este el
caso, ya que en las últimas décadas se han llevado a cabo numerosas
investigaciones encaminadas a dilucidar el papel que juega en nuestra vida el
contacto con árboles y ríos, y todas van corroborando que aporta bienestar,
previene numerosas dolencias o, incluso, facilita la recuperación de otras.
Uno
de los trabajos más curiosos tiene que ver con la vista y se ha realizado en
la Universidad Sun Yat-sen, en Guangzhou (China). Allí, el equipo del doctor
Mingguang He ha realizado un estudio para analizar si el incremento del
número de horas en actividades al aire libre podría disminuir la incidencia
de la miopía infantil, que está arrasando en Asia. Tras tres años de
investigación, se comprobó que la enfermedad había seguido escalando
posiciones entre los escolares que pasaban menos tiempo a la luz del sol. El
39% presentaba
miopía, frente al 30% de los que disfrutaron más horas en espacios abiertos.
La infantil es la población
en la que más han puesto el foco los investigadores. Distintos estudios han
ido demostrando los beneficios de que pasen el mayor tiempo posible en
entornos naturales. Este año se ha publicado un trabajo español que informa
de un vínculo entre la exposición a los espacios verdes en la escuela y el desarrollo
cognitivo en los alumnos de primaria.
El estudio, publicado en Proceedings
of the National Academy of Sciences (PNAS) y dirigido por dos investigadores
del CREAL, Payam Dadvand y Jordi Sunyer, da un espaldarazo a algo que se
creía cierto, pero sobre lo que apenas había evidencia disponible: el
contacto con la naturaleza desempeña un papel insustituible en el desarrollo
del cerebro. Tras doce meses de pruebas en distintos colegios barceloneses,
se demostró que, con zonas verdes, el desarrollo cognitivo mejora un 5%,
especialmente en cuanto a la rapidez con que se procesa información sencilla
y compleja.
No solo mejora la cognición,
también lo hacen otros parámetros como la presión arterial: según un estudio
realizado por la Universidad de Coventry, en el Reino Unido, los niños que
realizan ejercicio verde, es decir, en espacios abiertos, reducen su tensión
arterial más que si lo hicieran en entornos cerrados, explica la periodista María Corisco.
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