La psicología humana se afinó hace miles de años, cuando
tenía sentido inquietarse ante el riesgo de que algo nos atacase mientras
hacíamos nuestras necesidades o un depredador acechara en el bosque. Estos son
los miedos atávicos que heredamos de nuestros ancestros y que la evolución no
ha podido borrar.
Hace un año, el
ilustrador y profesor del Instituto de Artes de California Fran Krause pudo
comprobar que nuestras inquietudes se siguen pareciendo a las que
experimentaron nuestros tatarabuelos del Paleolítico. Krause pidió a sus
seguidores online que le enviaran una lista con las sensaciones que les
producían mayor desasosiego en su día a día. La sorpresa es que, en pleno XXI,
lo que sigue desvelando a la mayoría son reflejos que adquieren autonomía en el
espejo, sombras que cobran vida, accidentes improbables pero perturbadores,
fenómenos de la naturaleza que parecen empeñados en volvernos locos…
Hay mecanismos neuropsicológicos, desarrollados hace
milenios, de los que la evolución humana no ha podido desprenderse aún, asegura Luis Muiño en el artículo Los ocho temores más irracionales que firma en la revista Muy Interesante n.º 418 del mes de marzo. Como
señala Richard McNally, profesor de Psicología de la Universidad de Harvard,
nuestra especie aprende con rapidez a temer las serpientes, las arañas y los
acantilados. Cualquier asociación negativa potencia esas prevenciones, porque
estas quizá ayudaron a sobrevivir a nuestros antepasados. Sin embargo, estamos
menos predispuestos a sentir zozobra ante las amenazas de la electricidad, las
armas, los coches o el tabaco, mucho más nocivos en potencia para la salud
actual.
La pervivencia de tales sensaciones demuestra que
conservamos un hardware biológico que nos conmueve ante determinados fenómenos.
Para investigar cuáles son estos miedos y qué los causa, Luis Muiño ha confeccionado
una lista con las ocho imágenes perturbadoras más habituales y ha buscado
sus explicaciones psicocientíficas: ser enterrado en vida, oír voces en el viento, que salga un bicho del retrete, sufrir fobia social, mal rollo con los espejos. sentir que algo nos corroe por dentro. los peligros que esconde la oscuridad y toparse con seres de otro mundo en el bosque.
Pero con los avances de la medicina
moderna, esa inquietud dejó de tener sentido. Aun así, el cantante Manolo
Escobar insistió hace poco a sus allegados de que comprobasen su muerte antes
de llevarlo al cementerio, según contó su hija. ¿Por qué sigue estando tan
presente en el imaginario colectivo? La razón principal es la difusión de
leyendas urbanas sobre el asunto. Jan Harold Brunvand, profesor emérito de la
Universidad de Utah, recuerda que la trasmisión de miedos se produce en gran
parte a partir de supuestos sucesos que pocos han presenciado. Este tipo de
rumores presentan dos características: se refieren a circunstancias que tocan
nuestra fibra sensible y tienen zonas oscuras. En efecto, casi nadie sabe lo
suficiente de medicina como para desmentirlos taxativamente.
Además, los bulos deben poseer morbo, aspectos llamativos
que estimulen nuestra mente. Los temas que nos fascinan están relacionados con
fenómenos a medio camino entre dos etiquetas que se suponen incompatibles, como
lo vivo y lo muerto, la verdad y la mentira. No es de extrañar que la
posibilidad de ser enterrado vivo haya dado lugar a tantas ficciones: desde relatos
como El entierro prematuro (1844), de Edgar Allan Poe, hasta películas como Buried
(2010). Pero el murmullo se irá apagando a medida que podamos reírnos de él.
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