martes, 15 de marzo de 2016

Los ocho temores más irracionales que paralizan a los adultos



La psicología humana se afinó hace miles de años, cuando tenía sentido inquietarse ante el riesgo de que algo nos atacase mientras hacíamos nuestras necesidades o un depredador acechara en el bosque. Estos son los miedos atávicos que heredamos de nuestros ancestros y que la evolución no ha podido borrar.




Hace un año, el ilustrador y profesor del Instituto de Artes de California Fran Krause pudo comprobar que nuestras inquietudes se siguen pareciendo a las que experimentaron nuestros tatarabuelos del Paleolítico. Krause pidió a sus seguidores online que le enviaran una lista con las sensaciones que les producían mayor de­sasosiego en su día a día. La sorpresa es que, en pleno XXI, lo que sigue desvelando a la mayoría son reflejos que adquieren autonomía en el espejo, sombras que cobran vida, accidentes improbables pero perturbadores, fenómenos de la naturaleza que parecen empeñados en volvernos locos… 


Hay mecanismos neuropsicológicos, desarrollados hace milenios, de los que la evolución humana no ha podido desprenderse aún, asegura Luis Muiño en el artículo Los ocho temores más irracionales que firma en la revista Muy Interesante n.º 418 del mes de marzo. Como señala Richard McNally, profesor de Psicología de la Universidad de Harvard, nuestra especie aprende con rapidez a temer las serpientes, las arañas y los acantilados. Cualquier asociación negativa potencia esas prevenciones, porque estas quizá ayudaron a sobrevivir a nuestros antepasados. Sin embargo, estamos menos predispuestos a sentir zozobra ante las amenazas de la electricidad, las armas, los coches o el tabaco, mucho más nocivos en potencia para la salud actual.

La pervivencia de tales sensaciones demuestra que conservamos un hardware biológico que nos conmueve ante determinados fenómenos. Para investigar cuáles son estos miedos y qué los causa, Luis Muiño ha confeccionado una lista con las ocho imágenes perturbadoras más habituales y ha buscado sus explicaciones psicocientíficas: ser enterrado en vida, oír voces en el viento, que salga un bicho del retrete, sufrir fobia social, mal rollo con los espejos. sentir que algo nos corroe por dentro. los peligros que esconde la oscuridad y toparse con seres de otro mundo en el bosque.

El pánico a ser enterrado vivo. En el caso del miedo a recibir sepultura en muerte aparente tiene tal fuerza que incluso existe una palabra para designarlo: tapefobia. Y como muchas aprensiones que glosamos en estas páginas, antaño tuvo su razón de ser porque podía ocurrir, comenta Luis Muiño. En las últimas décadas del siglo XVIII y las primeras del XIX, por ejemplo, se redactaban largos testamentos con instrucciones para impedirlo; había quien pedía ser decapitado antes de que le echaran paladas de tierra encima. Los ataúdes con sofisticados métodos para avisar en caso de que se produjera un fatal malentendido hicieron furor.

Pero con los avances de la medicina moderna, esa inquietud dejó de tener sentido. Aun así, el cantante Manolo Escobar insistió hace poco a sus allegados de que comprobasen su muerte antes de llevarlo al cementerio, según contó su hija. ¿Por qué sigue estando tan presente en el imaginario colectivo? La razón principal es la difusión de leyendas urbanas sobre el asunto. Jan Harold Brunvand, profesor emérito de la Universidad de Utah, recuerda que la trasmisión de miedos se produce en gran parte a partir de supuestos sucesos que pocos han presenciado. Este tipo de rumores presentan dos características: se refieren a circunstancias que tocan nuestra fibra sensible y tienen zonas oscuras. En efecto, casi nadie sabe lo suficiente de medicina como para desmentirlos taxativamente.


Además, los bulos deben poseer morbo, aspectos llamativos que estimulen nuestra mente. Los temas que nos fascinan están relacionados con fenómenos a medio camino entre dos etiquetas que se suponen incompatibles, como lo vivo y lo muerto, la verdad y la mentira. No es de extrañar que la posibilidad de ser enterrado vivo haya dado lugar a tantas ficciones: desde relatos como El entierro prematuro (1844), de Edgar Allan Poe, hasta películas como Buried (2010). Pero el murmullo se irá apagando a medida que podamos reírnos de él.




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