jueves, 10 de marzo de 2016

Por qué tenemos miedo a la oscuridad




Hemos sido seleccionados por la evolución para temer lo impredecible, dice Luis Muiño en el reportaje Los ocho temores más irracionales de la revista Muy Interesante  n.º 418 de marzo. Numerosos experimentos producen ansiedad en ratas de laboratorio por el procedimiento de someterlas a descargas eléctricas producidas al azar. El ser humano soporta sin desazón acontecimientos estructurados, pero se hiperactiva ante la continua sospecha que generan los sucesos no pautados. No poseer ese mecanismo de defensa nos expondría a peligros constantes.

Criaturas de la noche. Se da la circunstancia de que somos, probablemente, la especie que más depende del sentido de la vista para predecir el mundo. Por eso, las tinieblas han constituido a lo largo de nuestra historia evolutiva el hábitat natural de aparecidos, secuestradores, lobos, maleficios y vampiros. Nuestros sentidos se han preparado durante miles de años para entrar en estado de alerta cuando no falta la luz.

Pero, sobre todo, tememos la transición de claridad a oscuridad. Hay una razón biológica: necesitamos tiempo para cambiar unas células fotosensibles –conos– por otras –bastones– en la retina. Psicólogos como Richard Wiseman, de la Universidad de Hertfordshire, en el Reino Unido, han hecho notar que las visiones espectrales suelen ocurrir en las horas del día con claroscuros. Hace años, Wiseman conjeturaba que esos momentos de adaptación fisiológica nos dejan indefensos durante un tiempo. Y es natural que la psique conserve el temor a instantes de zozobra en los que puede suceder algo inesperado, concluye Muiño.




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