Se cumple un siglo de la pérdida del Príncipe de Asturias,
el mayor y más lujoso trasatlántico español, una tragedia que conmocionó a la
sociedad de la época, pero que hoy en día apenas se recuerda.
Con una eslora de 160 metros, una manga de 20 metros y una
capacidad para 1.890 personas –entre ellas, 150 pasajeros de primera clase;
120, de segunda, y 1.500 para emigrantes–, el vapor Príncipe de Asturias fue un
auténtico palacio flotante. Había sido botado en los astilleros Kingston de
Glasgow en abril de 1914, y, además de estar equipado con catorce botes
salvavidas, contaba con un sistema de telegrafía sin hilos y dinamos de
emergencia, por si sus dos motores dejaban de funcionar. Estos eran capaces de
desarrollar una potencia de 16.000 caballos y le permitían alcanzar una
velocidad de 18 nudos, algo más de 33 km/h. La embarcación, matriculada en
Cádiz, pertenecía a la naviera Pinillos, y realizó su viaje inaugural el 16 de
agosto de 1914, poco después de que se iniciara la guerra europea.
Tras año y medio de servicio, el buque recibió numerosos
elogios por parte de la prensa internacional y completó cinco viajes de ida y
vuelta entre Barcelona y Buenos Aires. En el que sería su último periplo,
también zarpó del puerto catalán. Tras hacer escalas en Valencia, Almería,
Cádiz y Las Palmas, cruzó el Atlántico con 588 personas a bordo y varios miles
de toneladas de carga.
A pique en Isla Bella. En la madrugada del 5 de marzo de
1916, mientras algunos pasajeros seguían celebrando el comienzo del Carnaval,
el navío sufrió un tremendo impacto y su casco se rasgó de proa a popa contra
los afilados arrecifes de Punta Pirabura, en Isla Bella, al norte del estado
brasileño de São Paulo. Tras una violenta explosión, el Príncipe de Asturias se
hundió en menos de cinco minutos. El intenso aguacero que caía no había
permitido ver a los tripulantes la luz del único faro que había en la cercana
isla de San Sebastián, cuenta Ramón Núñez en su sección Días Contados de la revista Muy Interesante n.º 418 del mes de marzo.
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